Por primera vez viajé en tren

10:30. Me siento en el tren por primera vez en mi vida. Siempre cuando viajo lo hago pensando en el lugar de destino, en llegar pronto. Ahora el fin del viaje era el viaje mismo. Una cerveza en el coche comedor "Hola, ¿a dónde viajas?" "A Talca ¿y tú?" "A Temuco y de ahí a Osorno" "Tengo cartas ¿quieres jugar?" "Ok, reparte no más". Después de una partida de carioca y un par de cervezas volvimos a nuestros asientos. A medida que el tren avanzaba atravezando pueblos y ciudades (la mayoría sin nombre para mí) el cansancio del carrete pasado, el vaivén, el racataca-racataca, me fueron hipnotizando. Dejo a Kerouac de lado (puede parecer un lugar común leer On the road mientras viajaba en tren, pero juro que fue totalmente inconsciente). Sueño. Cuando no quería dormir el insomnio me abandonaba...
Despierto y miro por la ventana, las luces están apagadas, afuera hay un pueblo que nunca había visto, una mole gigtantesca de piedra domina un río, un fuerte de cientos de años, una estación enorme, oscura, sin un letrero y cinco o seis casas repartidas en su entorno. Todo decorado con trenes abandonados, locomotoras a vapor oxidadas, carros destartalados que en las terminaciones de ciertos detalles mostraban elegancia, carros oxidados con asientos donde ya no quedaba madera, y mucho más. Todo un cementerio ferroviario habitado por fantasmas olvidados, sombras. Hubiera querido que el tren se detenga en esa estación, me hubiera encantado bajar sólo por un momento. Después atravesamos un río y luego un bosque. Vuelvo a dormir. Despierto cuando la humedad del rocío se evapora y hace que los campos parezcan mares grises repletos de pequeñas islas. Se acaba el viaje, pienso que tal vez de día sea mucho más interesante, pero de día no existe, son las 7:30 y estoy llegando a Temuco.